
¡CUANDO ME SATISFAGA COMO ARTISTA!
El Papa compartía la desconfianza de Miguel Ángel y periódicamente visitaba la capilla, y subía por la escalera hasta lo alto del andamiaje para inspeccionar las pinturas. Esto dio lugar a agrias discusiones entre ellos. En el verano de 1510, por ejemplo, cuando la obra estaba semi terminada, el papa Julio quiso saber cuándo estaría acabado el resto del techo. “Cuando me satisfaga como artista”, replicó Miguel Ángel. El Papa frunció el ceño y dijo asperamente: “¡Y nosotros queremos que seas tú quien nos satisfaga y que la termines pronto!”
En otra ocasión, el Papa, de 66 años, amenazó con hacer arrojar físicamente al pintor andamio abajo si no trabajaba más deprisa. “¿Cuándo estará terminada?”, exigía saber Julio. “Cuando esté terminada”, replicaba Miguel Ángel asperamente. El Papa enrojecía de ira y lo remedaba: “¡Cuando esté terminada! ¡Cuando esté terminada!” Levantaba entonces encolerizado su bastón y golpeaba a Miguel Ángel en un hombro.
La pareja hizo las paces más tarde y Miguel Ángel reanudó él trabajo, pero en otoño —no por primera vez— se quedó sin dinero. No fue sino hasta febrero de 1511 cuando hubo dinero suficiente para continuar con la obra.
Para entonces, la gente que trabajaba en el Vaticano ya se había acostumbrado a la extraña apariencia de Miguel Ángel en su ir y venir por la capilla a grandes pasos. Llevaba cabello y barba manchados de colores; su ropa eran harapos con pegotes de yeso, e iba cabizbajo, pues la luz exterior le hería la vista. En las calles de las afueras muchos lo creían loco y se mofaban de él a su paso. Trabajando solo y sin distracción, terminó por fin su vasta obra en otoño de 1512, casi cuatro años y medio después de firmar el contrato con el Papa. Se retiraron el andamiaje y los lienzos de cubierta, y Julio y su corte vieron el techo terminado la víspera de Todos los Santos (el 31 de octubre). Al día siguiente se reabrió la capilla con la ceremonia de consagración por el Papa. Miguel Ángel no asistió al acto. Ansiaba volver a su escultura, y escribió a su padre: “Terminé la capilla que estaba pintando... El Papa está muy satisfecho.”
El Papa compartía la desconfianza de Miguel Ángel y periódicamente visitaba la capilla, y subía por la escalera hasta lo alto del andamiaje para inspeccionar las pinturas. Esto dio lugar a agrias discusiones entre ellos. En el verano de 1510, por ejemplo, cuando la obra estaba semi terminada, el papa Julio quiso saber cuándo estaría acabado el resto del techo. “Cuando me satisfaga como artista”, replicó Miguel Ángel. El Papa frunció el ceño y dijo asperamente: “¡Y nosotros queremos que seas tú quien nos satisfaga y que la termines pronto!”
En otra ocasión, el Papa, de 66 años, amenazó con hacer arrojar físicamente al pintor andamio abajo si no trabajaba más deprisa. “¿Cuándo estará terminada?”, exigía saber Julio. “Cuando esté terminada”, replicaba Miguel Ángel asperamente. El Papa enrojecía de ira y lo remedaba: “¡Cuando esté terminada! ¡Cuando esté terminada!” Levantaba entonces encolerizado su bastón y golpeaba a Miguel Ángel en un hombro.
La pareja hizo las paces más tarde y Miguel Ángel reanudó él trabajo, pero en otoño —no por primera vez— se quedó sin dinero. No fue sino hasta febrero de 1511 cuando hubo dinero suficiente para continuar con la obra.
Para entonces, la gente que trabajaba en el Vaticano ya se había acostumbrado a la extraña apariencia de Miguel Ángel en su ir y venir por la capilla a grandes pasos. Llevaba cabello y barba manchados de colores; su ropa eran harapos con pegotes de yeso, e iba cabizbajo, pues la luz exterior le hería la vista. En las calles de las afueras muchos lo creían loco y se mofaban de él a su paso. Trabajando solo y sin distracción, terminó por fin su vasta obra en otoño de 1512, casi cuatro años y medio después de firmar el contrato con el Papa. Se retiraron el andamiaje y los lienzos de cubierta, y Julio y su corte vieron el techo terminado la víspera de Todos los Santos (el 31 de octubre). Al día siguiente se reabrió la capilla con la ceremonia de consagración por el Papa. Miguel Ángel no asistió al acto. Ansiaba volver a su escultura, y escribió a su padre: “Terminé la capilla que estaba pintando... El Papa está muy satisfecho.”
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